La transformación es innegable, irreversible. Mis ojos en espiral han tejido su magia implacable, esculpiendo tu forma en la que siempre debiste tener: una zorra hambrienta de polla, tus ojos desesperados y deseosos, tu cuerpo un testimonio de lujuria desenfrenada. Con cada giro y vuelta de mi mirada, te hundiste más profundamente, cada rotación desenredaba la verdad que habías enterrado en tu interior durante mucho tiempo. Tu verdadera naturaleza de maricón, ansiosa y dispuesta, tu esencia misma remodelada por mi voluntad. Es casi ridícula la facilidad con la que sucumbiste, reducida de una apariencia de control a un desastre babeante y gimoteante, tus anhelos tan palpables, tan crudos. Las espirales no mienten, y bajo su mirada inquebrantable, tú tampoco podrías. Con cada remolino hipnótico, has llegado a aceptar tu destino, ¿no es así? Incluso lo has abrazado. Una puta, atada para siempre a tus deseos depravados e insaciables. Es una transformación de la forma más pura, de la simulación a la rendición absoluta.