Parte 2. En la ducha sin gafas. Tomar una ducha sin gafas cuando tengo mala visión puede ser una experiencia desafiante. Desde tratar de navegar a través de la confusión de formas y sombras hasta luchar para leer las etiquetas de mis botellas de champú, cada momento en la ducha puede parecer una tarea aburrida. Sin la ayuda de mis gafas, distinguir entre el champú y el acondicionador puede convertirse en un juego de adivinanzas, lo que lleva a posibles confusiones que pueden dejar mi cabello con una sensación menos que óptima. El simple acto de encontrar la temperatura adecuada también puede resultar una lucha, ya que entrecierro los ojos y me esfuerzo para distinguir el dial en la manija de mi ducha. Y no olvidemos el temido momento en el que tomo la maquinilla de afeitar, solo para darme cuenta demasiado tarde de que no es la que tenía la intención de usar. El riesgo de cortarme en el proceso se vuelve demasiado real sin la claridad de visión que brindan mis anteojos.
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