En la ducha sin gafas. Ducharme sin gafas cuando tengo mala visión puede ser una experiencia complicada. Desde intentar navegar entre la confusión de formas y sombras hasta esforzarme por leer las etiquetas de los frascos de champú, cada momento en la ducha puede parecer una tarea aburrida. Sin la ayuda de mis gafas, distinguir entre el champú y el acondicionador puede convertirse en un juego de adivinanzas, lo que lleva a posibles confusiones que pueden dejar mi cabello con una sensación menos que óptima. El simple acto de encontrar la temperatura adecuada también puede resultar una lucha, ya que entrecierro los ojos y me esfuerzo por distinguir el dial de la manija de la ducha. Y no olvidemos el temido momento en el que tomo la maquinilla de afeitar, solo para darme cuenta demasiado tarde de que no es la que tenía intención de usar. El riesgo de cortarme en el proceso se vuelve demasiado real sin la claridad de visión que proporcionan mis gafas. Así que la próxima vez que me meto a la ducha sin mis gafas, prepárate para un mundo de desafíos que