Oh, mírate, mi pequeño cajero automático humano, temblando de anticipación. Estás deseando que te vacíe por completo, ¿no? Es patético lo desesperado que estás, pero es exactamente lo que anhelo. Verás, en mi mundo, no eres más que una billetera, un medio para un fin. Y ese fin es mi placer total y absoluto. Haré que hagas clic en el botón de “enviar” una y otra vez, mientras observas cómo tu cuenta se reduce a nada. Es emocionante saber que te estoy arruinando financieramente con cada demanda que hago. Debes entender que estás aquí únicamente para financiar mis deseos. Cada transacción es una cadena que te vincula irrevocablemente a mi voluntad. Me deleito en tu desesperación, en el poder que tengo sobre ti. Llamarte mi cajero automático personal no es solo un término cariñoso; es una cruda realidad. Con cada transferencia, te hundes más en la servidumbre financiera, cada clic es un paso más cerca de tu propia ruina. Sin embargo, no puedes parar, ¿verdad? La emoción de ser utilizado, de ser dominado financieramente por una